Extraído de mi libro "Fui un perturbado sexual adolescente".
El día más triste de mi vida fue cuando me enteré de que los Reyes Magos eran mis padres. Aún no me cabe en la cabeza que me lo hubiesen estado ocultando durante tanto tiempo...
Fue una fría noche de enero, a primeros de mes, concretamente el día cinco; que en realidad era ya día 6 porque habían pasado las doce de la noche. Todo estaba tranquilo y yo dormía plácidamente acurrucado en mi edredón nórdico. De pronto unos ruidos me despertaron. Al principio me costó darme cuenta de lo que pasaba, pero al poco reaccioné; los ruidos venían del salón, eran voces que hablaban entre susurros. Me levanté con cuidado de la cama y, tras ponerme mis zapatillas, me dirigí con cautela hasta las voces. Recuerdo que me quedé de piedra cuando vi a mi padre con la cara pintada de negro y las ropas de Baltasar, y a mi madre con esa barba tan blanca y tan larga de algodón y esa corona sacada de mi último cumpleaños en Burger King. ¿A quién querían engañar?, se notaba a la legua que eran mis padres disfrazados... Estaban depositando algunos paquetes junto a mis zapatos, no había duda, eran los Reyes Magos, mis padres eran los Reyes Magos.
Ellos se quedaron mudos, estaban tan sorprendidos como yo. Aquella noche les hice un montón de preguntas: ¿Por qué no me lo habían contado antes? ¿Quién más lo sabía? Si mi padre era Baltasar y mi madre Melchor, ¿quién era Gaspar? ¿Cómo hacían para dejar regalos a todos los niños del mundo en una sola noche? ¿Dónde guardaban los camellos? ¿Por qué no me habían traído el Scalextric que pedí?...
Fue una noche muy larga, les entretuve tanto que creo que los niños de algún continente se quedaron sin regalos aquella noche.
Como ya he dicho fue el día más triste de mi vida, pero hubo más. Hubo más días tristes a partir de aquella fatídica noche. Para empezar, se me condenó a vivir una vida de silencio, se me prohibió revelar el secreto al resto de los humanos. Imagínense, yo era el hijo de los Reyes Magos y no podía decírselo a nadie. Ni siquiera podía decir que Gaspar no existía, ni que Melchor era un travesti.
Así pues, con mis labios cerrados, tenía que afrontar una nueva vida, una vida que me reservaba aún muchas más sorpresas, agradables y desagradables, pero sorpresas al fin y al cabo. Y con tan sólo 26 años de edad, en la más tierna infancia, sin haber acabado aún la carrera de periodismo, repitiendo quinto por tercera vez.
Me atrevo a decir que nunca un niño sufrió tanto como yo durante aquellos horribles años. Me sentía como los hombres del renacimiento, viviendo constantes cambios, enfrentándome a ellos día tras día, abandonando a mi pesar la dulce oscuridad de la niñez para contemplar cara a cara el deslumbrante sol del siglo de las luces. Si al menos hubiese tenido 30...
En el siguiente libro, convertido ya en todo un hombre, en un profesional del periodismo, me propongo narrarles a ustedes todos aquellos descubrimientos que me cegaron por su hermosura y que me aterraron por su crudeza. Y es que el mundo constituye siempre una compleja dualidad que los insignificantes humanos no nos podemos atrever siquiera a intentar separar. No se puede separar el bien del mal, ni lo bello de lo monstruoso. No se puede separar el mundo del mundo. Después de todo, el mundo es nuestro hogar, un hogar completamente desconocido...
Fue una noche muy larga, les entretuve tanto que creo que los niños de algún continente se quedaron sin regalos aquella noche.
Como ya he dicho fue el día más triste de mi vida, pero hubo más. Hubo más días tristes a partir de aquella fatídica noche. Para empezar, se me condenó a vivir una vida de silencio, se me prohibió revelar el secreto al resto de los humanos. Imagínense, yo era el hijo de los Reyes Magos y no podía decírselo a nadie. Ni siquiera podía decir que Gaspar no existía, ni que Melchor era un travesti.
Así pues, con mis labios cerrados, tenía que afrontar una nueva vida, una vida que me reservaba aún muchas más sorpresas, agradables y desagradables, pero sorpresas al fin y al cabo. Y con tan sólo 26 años de edad, en la más tierna infancia, sin haber acabado aún la carrera de periodismo, repitiendo quinto por tercera vez.
Me atrevo a decir que nunca un niño sufrió tanto como yo durante aquellos horribles años. Me sentía como los hombres del renacimiento, viviendo constantes cambios, enfrentándome a ellos día tras día, abandonando a mi pesar la dulce oscuridad de la niñez para contemplar cara a cara el deslumbrante sol del siglo de las luces. Si al menos hubiese tenido 30...
En el siguiente libro, convertido ya en todo un hombre, en un profesional del periodismo, me propongo narrarles a ustedes todos aquellos descubrimientos que me cegaron por su hermosura y que me aterraron por su crudeza. Y es que el mundo constituye siempre una compleja dualidad que los insignificantes humanos no nos podemos atrever siquiera a intentar separar. No se puede separar el bien del mal, ni lo bello de lo monstruoso. No se puede separar el mundo del mundo. Después de todo, el mundo es nuestro hogar, un hogar completamente desconocido...
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